No hay otra manera de comenzar hablando de una obra más que por el
principio. Y eso bien lo sabe Antonio Orejudo que comenzó su Ventajas de
viajar en tren estableciendo ese pacto con el lector desde la primera
palabra de la novela Imaginemos a una mujer….. Primero nos presenta la
escena y luego ese personaje engañoso nos pregunta, ¿Le apetece que le
cuente mi vida? o lo que es lo mismo, el autor nos dice ¿Quiere seguir
leyendo? ¿Aceptas el pacto?
Así es como conocemos a Ángel
Sanagustín, un hombre joven, de nariz prominente, ojos saltones y
alopecia prematura. Psiquiatra en la clínica donde la mujer ha
ingresado a su marido, empieza a hablarle sobre la esquizofrenia y es
así como los relatos se van enlazando unos con otros, tratando temas
diversos como la pornografía infantil, la perversión sexual, tráfico de
órganos, el afán de los editores por ganar dinero en lugar de publicar
literatura de calidad, etc.
Es una novela que, haciendo un
análisis con la hondura, el rigor y la sensibilidad (p. 74) que
merece, nos ha gustado mucho. Ventajas de viajar en tren es una novela con mucho humor,
una novela paranoica, que juega con los límites de la ficción y
la realidad. Un tema para nada experimental, como lo ha querido
catalogar alguna parte de la crítica. Por el contrario, esta novela
sigue a Cervantes en todo momento, tal como el propio Orejudo declaró en
nuestro encuentro, “es un plagio en cierta medida de El casamiento
engañoso y El coloquio de los perros. En este sentido, todos los
personajes de la novela son engañosos, tienen una doble vida y nada es
lo que parece, hasta el personaje más insignificante como Manuel resultó
ser veterinario en lugar de psicólogo.
Y por si fuera poco,
además de engañosos, los personajes de esta novela también son lectores
paranoicos que nos advierten de los efectos calamitosos que provoca la
lectura de la ficción. La carpeta roja puede leerse, en este sentido,
como un manual de advertencia en contra de la literatura: la historia de
un hombre al que la literatura le gusta más que la realidad y vive
encerrado en una suerte de bovarismo o, el hombre que solo había
conocido el amor a través de los libros y la pornografía y no sabe que
la realidad se teje con otras reglas, distintas a las que rigen nuestra
imaginación. No podemos olvidar que Martín Urales de Úbeda, no es sólo
el escritor de lo que en principio parecen informes psiquiátricos,
también es un lector que, como Don Quijote, no puede dejar de leer, pues
“leía hasta los papeles rotos que encontraba en la basura”. Esta manía
de leerlo todo a través del pacto ficcional se proyecta desde Helga Pato
hasta el último personaje de la novela. Siempre se ha insistido en que
la novela, la ficción, tiene que parecer real. Muy al contrario, esta
novela declara desde el principio su construcción engañosa, aunque estoy
segura de que detrás de tanta mentira se esconde alguna verdad, como
diría nuestro querido escritor Ricardo Piglia:
narrar es como jugar al póquer: consiste en decir la verdad cuando parece que se está diciendo la mentira