Este mes de septiembre ha sido publicada la última novela del
escritor argentino Ricardo Piglia, El camino de ida, y, con ello, el
autor rompe con la ansiada espera a la que tiene acostumbrada a sus
lectores respecto al intervalo de tiempo que separa las publicaciones
de sus obras. Recordemos que su primera novela, Respiración
artificial, fue publicada en 1980, seguida de La ciudad ausente
(1992), publicada doce años después. Lo mismo sucede entre Plata
quemada, publicada en 1997, y Blanco nocturno (2010), publicada
trece años después. Es por ello por lo que esta última novela ha sido
toda una sorpresa tanto para en el panorama editorial actual como para
toda esa nómina de lectores que arrastra el novelista argentino.
Esta novela tiene datos especialmente autobiográficos, notas que
ya conocíamos de antemano por su ensayo Formas breves como, por
ejemplo, su estancia en el Hotel Almagro en la que declaraba que
“vivía dos vidas en dos ciudades como si fuera dos personas
diferentes” (2000: 9), o su viaje a la Universidad, sobre el que
afirmaba que vivía en un mundo escindido donde también había otros
que estaban metidos en un mundo escindido (2000: 11). Precisamente
eso es lo que Piglia se propone hacer en esta novela: relatar historias
en las que cada personaje tiene su propia historia secreta y trata de
investigar algo, de forma que la investigación alcanza todos los
niveles del texto.
Emilio Renzi, común personaje de sus novelas y álter ego del
escritor, contrata a un detective, Parker, para que le ayude a conocer la
verdad sobre la misteriosa muerte de su compañera de Universidad y
amante, Ida Brown, la cual parece representar la imagen de la
militante argentina de los años setenta. La única pista que Renzi puede
seguir para desvelar la clave de la muerte de su compañera será el
libro anotado de Conrad que la misma Ida parece dejarle
intencionadamente. El libro será un objeto importante para el
desarrollo de la obra, porque nos dice que Renzi, aunque no es un
policía, está ahí, como el detective, para interpretar algo que ha
sucedido y donde el detective no puede llegar (me refiero al hecho
literario). Solo el profesor de literatura puede desvelar la clave. “Un
libro en sí mismo no significa nada. Hace falta un lector capaz de
establecer un nexo y responder el contexto” (281), dice Renzi hacia el
final de la novela. Solo el profesor de literatura, el lector atento, es
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capaz de descifrar ese lenguaje y adentrarse en un ejercicio invisible,
en una guerra secreta. Es el lenguaje de las metáforas, el lenguaje de
los mundos posibles.
De este modo, a través de su relación con el lenguaje, como
ocurre en Blanco nocturno, Respiración artificial o La ciudad
ausente, aunque el protagonista, en principio, trata de desvelar un
enigma personal acerca de una mujer con la que ha mantenido
relaciones sentimentales y se siente extrañamente implicado, Renzi se
enfrenta a una combinación de enigmas que lo conducirán a respuestas
de índole social y político. La novela trata de responder cómo ve la
sociedad al sujeto privado, y es aquí donde nos topamos con la figura
del complot: tanto Renzi como Ida Brown están posicionados en la
trama para hacer ver que la ley y la política funcionan mal.
Ya no son posibles los grupos clandestinos de Los siete locos, en
la argentina de los años 20. En EE.UU., la clandestinidad es
imposible, porque, haga lo que haga uno, siempre será filmado,
observado, leerán su correspondencia y vigilarán su cuenta bancaria.
“Ahora hay que empezar otra vez, estamos en la época de los hombres
solos, de las conspiraciones personales, de la acción solitaria” (274).
Y es aquí donde Piglia presenta a Thomas Munk como un héroe
romántico solitario que es capaz de enfrentar durante años, a través de
la acción terrorista, a los malvados de la sociedad.
Munk, que en realidad es Unabomber, leyó el libro de El agente
secreto de Conrad y tomó su personaje como modelo de acción para
atacar a la inteligencia tecnológica del capitalismo criminal,
abandonando su carrera académica y aislándose en el bosque, lejos de
la vida social. Algo realmente quijotesco, inspirarse en la ficción para
actuar en la realidad.
Piglia simboliza en el personaje de Munk a un héroe
norteamericano en sentido pleno: el intelectual que abandona todo y se
instala en el bosque para demostrar que la rebelión es posible pero,
también, este personaje representa mejor que nadie la tensión entre
cultura de masas y alta cultura. Del mismo modo que el cawboy Johny
Guitar aparece leyendo un libro en una escena, Munk es un intelectual
académico y un asesino. De esta manera, Piglia discute a través de la
ficción, del género policial, preguntas tan trascendentales como qué es
un delito, qué es un criminal, y qué es la ley.
Al principio, explica Renzi, se manifestaron estudiantes, poetas,
grupos de gente de toda clase que se sentían identificados con el
terrorista y sentían que debían de rebelarse contra el Sistema. Piglia
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crítica de modo irónico cómo la sociedad se tranquiliza cuando la
justicia recae sobre un único culpable y “demuestra que todo estaría
perfecto si no fuera por algunos desequilibrados” (249). El cambio de
una de las convicciones del género policial radica en que el asesino se
convierte en héroe, aunque, al final, para el Sistema no deje de ser un
asesino y un psicótico. Todos los atentados son indudablemente de
contenido político aunque se diga que los comenten desequilibrados
mentales.
Nina Andropova, la vecina rusa de Renzi, posiblemente
inspirada en la escritora Nina Berbérova, es un personaje central,
porque casi toda la reflexión crítica de la novela pasa por boca de este
personaje, que plantea la noción de complot de un modo explícito y le
da a Renzi las claves necesarias para entender el funcionamiento de lo
social. Además, Nina da cuenta de la importancia de Tolstói en las
discusiones del siglo XX no solo literarias, sino sobre todo políticas,
puesto que, como Hudson, se oponía al capitalismo y fue, según Nina,
el primero en construir una hipótesis contra la violencia
revolucionaria. Así, desvela aspectos de la literatura rusa que en
realidad discute asuntos políticos.
La trama múltiple de la información deliberadamente
distorsionada, las versiones y contraversiones son el lugar denso
donde imaginamos lo que no podemos comprender. Ya no son
los dioses los que deciden el destino, son otras fuerzas que
construyen maquinaciones que definen la fortuna de la vida, mi
querido. Pero no creas que hay un secreto escondido, todo está a
la vista (109).
A diferencia de Blanco nocturno, donde nunca se resuelve el
crimen porque no podemos llegar a la verdad, en El camino de Ida el
crimen se resuelve y la verdad está a la vista. Digamos que Piglia
reflexiona acerca del estado del género policiaco y resuelve la intriga
llevándola a una magnífica conversación final donde nunca se descifra
nada, porque, como en algún momento afirma Munk, los universos
ficcionales son incompletos y nunca podemos llegar a conocer toda la
verdad de la historia.
Renzi y Munk dialogan en una última escena en la que se Munk
expone su breve teoría de los mundos posibles y, con ello, se deja
entrever la similitud entre ambos personajes. Renzi, que vivía varias
vidas moviéndose en secuencias autónomas –su relación con los
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amigos, con la política, con los bares, etc.– estaba llevando a cabo, al
mismo tiempo, la teoría de vida de Munk en la que exponía vivir una
vida familiar, una vida académica, familiar y sexual como series
abiertas de relaciones contradictorias que mantengan relaciones
clandestinas.
“Somos varios”, había dicho. Era una frase ambigua que sólo
podía ser comprendida si uno conocía sus ideas. “Soy de
Chambige, soy Badinguet, soy Prado, soy todos los hombres de
la historia.” No ser nunca uno mismo, cambiar de identidad,
inventarse un pasado.
Ella era así también, estoy seguro, tuve una evidencia, un
pequeño atisbo de su pasión por el secreto, por la vida oculta.
Podía imaginarme perfectamente los viajes de Ida a ciudades
lejanas, los gestos estudiados, los peligros que le hacían
detenerse en la calle con un arma en la cartera y el corazón en la
boca (284-285).
Ricardo Piglia elabora una auténtica teoría de la ficción que, a
través de la reflexión crítica que pone en boca de sus personajes y la
narración, integra una noción de complot que viene gestándose en
cada una de sus novelas, para culminar en El camino de Ida en la idea
de que la verdad, siempre difusa e incompleta, sólo es posible
encontrarla en la conversación y en el diálogo. En definitiva, esta
ficción que Piglia ha denominado paranoica es también una manera
de enseñar al lector cómo leer una novela.
Raquel Fernández Cobo
Artículo inicialmente publicado en la revista Castilla. Estudios de literatura